PARA VIVIR
NO PARA COMUNICAR
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En un dossier consagrado a la crítica literaria en Chile (revista Cal, nº2, julio 1979), el ensayista y crítico literario Martín Cerda se refería a la parida en dictadura como <<“sopa de letras”, logorrea o desaliñada (y, muchas veces, indigesta) “mesonería”>>. Ese malestar cristalizado o transformado en lugar común por sus actores tras el retorno a la democracia, vuelve siempre como ópera o parodia durante contextos de crisis. A la progresiva pacificación del debate y la escasez de polémicas, limitado por la precariedad y fragilidad de sus plataformas tanto impresas como virtuales, nuestra coyuntura agrega una nueva demanda: la exigencia de códigos morales y sociales para hacer sentido con la literatura. Imperativos, contenidos remozados, tretas del débil que reifican hoy las obras, no sólo empobrecen la experiencia y su producción, sino además parametrizan las perspectivas o posibilidades de la lectura.
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El platonismo invertido del campo literario que informa, cela, temas morales, evacúa el lenguaje, expulsa a las palabras que no se someten a su alzaprima. Donde hay asepsia, no hay conciencia del lenguaje, donde hay negación, no hay formas en movimiento: ni diálogo, ni sintaxis. El cálculo, la profilaxis de la crítica, se consuma con su juicio, se contamina con su opuesto, la dialéctica. Allí donde la unanimidad campea o los sujetos bien representados están, se toma posición, se vuelve al objeto y piensan sus estrategias: ¿qué hace que un verso sea un verso?, ¿qué saber produce el poema?, ¿qué efecto de realidad surge de la escritura?, ¿cómo un idioma se vuelve otro idioma?
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La mejor lectura que podemos hacer es en contra. Rehabilitar la negatividad de la crítica con sus medios y con el medio, apelando a una perspectiva, un punto de vista que no se limita a decir lo audible. Una cámara de eco no soporta cosas indecibles, las palabras (suficientemente buenas) no esquivan contenidos inexpresables, el sentido es su uso que no muestra lo evidente. Así las revistas literarias o culturales como tal debaten, y los autores producen, aprenden oficios; la crítica escucha la obra, sus materiales (el lenguaje), el crítico no apura la comprensión, hace del malentendido con la obra su fábula a contar. La mejor lectura que podemos hacer es negativa. Rehabilitar la impugnación como problema, ya que, <<el lenguaje dice cosas a pesar del hablante, a pesar del que escribe, por debajo del que escribe. Y en ese por debajo habita la crítica, que vive de la posibilidad del lenguaje de decirse a sí mismo>> (en Cuaderno de afuera, “Notas de antiperiodismo”, Francisco Álvez Francese).
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Submarino, boletín de formas de la crítica, emerge de las orillas del hecho cultural o literario, cuyos predicados en torno al sentido y la comunicación de la obra, escamoteamos a través del énfasis en la frase, el ritmo y la escucha de un lenguaje que hace chocar los significados de las palabras. Planteamos la necesidad de la apropiación de nombres y saberes que nos afectan, en el sentido que modifican ese cuerpo llamado lenguaje. La mejor lectura que podemos hacer es negativa, no necesitamos de temas ni explicaciones. Buscamos el punto en que un idioma se vuelve otro, porque el lenguaje sirve para vivir, no para comunicar.
Editorial perteneciente al número 1 del boletín de formas de la crítica SUBMARINO, aparecido en diciembre del año 2020 al amparo de Marginalia Editores.